Los documentos coloniales
Los discursos y textos nos permiten adentrarnos en la toponimia, por ejemplo, filón importante en una filología cultural, como podría caracterizarse la función de nuestro grupo. Se sabe que los jesuitas bautizaron el territorio con los nombres de los santos de la Compañía, pero quedaron los nombres de lugar indígenas: ¿han permanecido desde los primeros datos (s. XVI) o han ido cambiando y cómo?
Podemos encontrar en los escritos e historias de fundaciones de pueblos datos sobre antropización del espacio y urbanismo por parte de misioneros e indígenas; cómo se ha adaptado tan perfectamente la arquitectura a las condiciones climáticas, ergonómicas y ecológicas del hábitat. Estudiar al estilo de Gunter Weimer[1] la influencia de las culturas indígenas sobre la arquitectura popular actual.
Para el caso de las publicaciones en latín todo se complica porque a la vez están presentes realidades castellanas, portuguesas y guaraníes en los informes latinos misioneros. ¿Qué efectos retóricos producía/e la traducción a latín de las instituciones indias o castellanas?
Desde la Pragmática habrá que estudiar a los redactores autores de los documentos y a los destinatarios a quienes iban dirigidos y con qué intención los escriben.
El género literario de los documentos importa también. Muchos escritos son “relaciones” sobre la cultura indígena en que se mueve el escritor misionero. Pero además suelen ser cartas. Así, la carta-relación que he editado (el mss. 18581/18 de Gayangos, BNEspaña) encierra al mismo tiempo una relación etnográfica sobre la cultura guaraní, en la que el autor ha estado misionando pero dentro del formato de una carta en parte auto-justificadora: ratio agendi apud Guaranos “Nuestra forma de obrar con los guaraníes”.
Por un lado, las `relaciones´ como género literario tienen su origen en las relaciones geográficas del Imperio español[4]. Comenzaron a instancias de Felipe II aplicándose primero a la Península y más tarde a América. López de Velasco pudo culminar felizmente la labor iniciada por Ovando, creando un cuestionario de 50 puntos al que debían contestar los funcionarios de Indias. Los 50 puntos respondían al interés de Felipe II por conocer los recursos de sus dominios y someterlos al orden legal de España. Era una obligación de los gobernadores y virreyes responder a este cuestionario. Los eclesiásticos y las personas particulares en sus relaciones no se veían obligados a seguir el cuestionario, pero se ayudaban de él.
Puede resultar interesante contrastar las relationes contenidas en las cartas jesuíticas con las relaciones laicas de los gobernadores y viajeros. Lo ideal sería llegar a obtener una imagen diferente de las etnias convertidas, reducidas o urbanizadas, pero también de las ambiguas y de las conflictivas (“infieles”) respecto al imperio y a la iglesia; que en vez de verlas como pasivos, nos permitieran ver a los indios como agentes, negociando y finalmente asumiendo las nuevas técnicas, ideas e imágenes.
Y dentro de las cartas jesuíticas, se podían hacer estudios comparados: No son lo mismo las cartas oficiales, que aquellas que tienen una circulación más privada o directa entre escritor y destinatario. Hay diferencias entre los diversos escritores jesuitas e incluso entre las distintas épocas en que escriben: No es lo mismo en una primera época cargada de grandes dificultades, sacrificios e incluso martirios (las reducciones), que cuando están ejerciendo en paz sus ministerios en sus misiones (doctrinas misioneras), y finalmente, tras la expulsión de los jesuitas. Muchos autores parece que van modulando sus escritos, reescribiéndolos con adiciones y supresiones según estas circunstancias. Ese es el caso de Muriel.
Además, los escritos misioneros no son espontáneos, sino que siguen “políticas de publicación”. En la “carta principal” iba lo que podía mostrarse a muchos, con un estilo cuidado que se lograba mediante la escritura y la reescritura, mientras que en las cartas privadas (las “hijuelas”) se dejaba “hablar al corazón” escribiendo las cosas que no eran para mostrar, especialmente aquellas que “toquen a príncipe o prelado” (Morales 2005: 23 y 24[5], apud Wilde, Religión y poder, introducción[6]).
El uso de denominaciones latinas, propias de la Roma clásica, añade una dificultad a la ya existente de comparar las instituciones guaraníes con las ibéricas. El vocabulario clásico latino puede encerrar analogías y metáforas, eufemismos, disfemismos, que pueden ser mal interpretados. Las instituciones clásicas romanas fueron conservadas por los jesuitas en la administración de sus colegios, p. ej.: prefectos, ecónomos, pretores, centurión, censor, etc. Las denominaciones que se conservan sólo por erudición o necesidad de traslación del castellano o guaraní al latín, hay que desentrañarlas y diferenciar en ellas las características históricas y étnicas propias del s. XVIII. Unas se asemejarán y otras no. Hay que evitar dar saltos que pueden simular o disimular ideológicamente instituciones de hecho, y que pueden encubrir cuestionamientos importantes.
[1] Weimer, Günter (2005). Arquitetura popular brasileira. São
Paulo: Martins Fontes.
[2] Memoria del Mundo. Música americana
colonial: una muestra de su riqueza documental. Patrimonio documental propuesto
por Bolivia, Colombia, México y Perú. Testimonian cómo, de la mezcla de los legados
indígenas, africanos y europeos, nació una nueva cultura que a lo largo de tres
siglos no fue enteramente occidental ni hispánica, ni tampoco totalmente
americana.
Igualmente,
Colección de manuscritos musicales de la
Catedral de La Plata. Patrimonio documental propuesto por Bolivia. Su valor
trasciende las fronteras locales. Las partituras y textos líricos se han
convertido en las principales fuentes para los estudios de investigación sobre
el movimiento barroco en las Indias españolas.
[3] González,
R. 2009. Textos e imágenes para la salvación: la edición misionera De la diferencia entre lo temporal y eterno.
ArtCultura, 11:137-158.
[4] Fueron
precedidas de otros géneros: el epistolar y la crónica. La primera la de Las
Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en la que
denuncia la crueldad de los españoles contra los Indios.
[5] Morales,
Martín María 2005 A mis manos han llegado Cartas de los Pp. Generales a la
antigua provincia del Paraguay (1608-1639). MHSJ-Nova Series Vol. 1.
Madrid-Roma: IHSI. Universidad Pontificia Comillas.
[6] Nuestra
actitud es la que describe Wilde: “Existe consenso en que el objetivo no es
establecer la verdad o falsedad de los dichos de esos actores sino entender por
qué dicen lo que dicen en un momento determinado, o comprender por qué actuaron
como lo hicieron. Solo es posible acceder a esas prácticas a través de los
discursos que esos actores producen, cuya verdad es, en última instancia, la de
sus propias circunstancias, a veces desconocidas; su presente histórico. Puesto
que todo discurso está condicionado por situaciones concretas de interacción, y
posee destinatarios, reales o ficticios, debe reconstruirse el entramado,
frecuentemente contradictorio de los mismos, sobre experiencias que son en
última instancia inaccesibles para nosotros, contemporáneos”, Wilde, Religión y poder.
[7] Machoni,
Antonio. Libro de preceptos. AGN, Leg.
140. p. 8.
[8] “No
tenían estos caciques la ostentación de monarcas, que se admiraba en los Incas
peruanos, y en los Montezumas mexicanos, pero en medio de una extrema pobreza y
barbarie inculta, hacían aprecio de lo noble, y se gloriaban de ser señores de
vasallos, que los miraban con respeto, y servían con fidelidad.” (Guevara
[1764] 1969: 524), apud Wilde Religión y poder,
p. 58. Y
Anton Sepp dice: “un cacique tiene la jerarquía de un marqués según
la ley española y es un señor feudal que dispone de muchos vasallos, de
treinta, cincuenta o cien hombres” (Furlong 1962b: 188).
[9] Barnadas,
José María (2005) “Ensayo bibliográfico sobre el latín en Bolivia (EBLB):
(siglos XVI-XXI). Cuadernos de Classica
Boliviana vol 1.
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